La leyenda de las cataratas

La formación geológica de las Cataratas del Iguazú data de 120 millones de años, en una secuencia de erupciones volcánicas.

Pero pasando del real al campo imaginario, muchas leyendas indígenas cuentan la formación del mayor conjunto de caídas de agua del Planeta.

Una de ellas dijo que los indígenas caín ganguees, que habitaban a las márgenes del Río Iguazú, creían que el mundo era gobernado por M’Boy, el dios serpiente, hijo de Tupan.

El cacique de la tribu, lgnob tenía una bella hija llamada Naípi . Por causa de su belleza, Naípi sería consagrada al Dios M’Boy, pasando a vivir solamente para su culto. Había, entretanto, junto a los caín ganguees, un joven guerrero llamado Tarobá, que se apasionó por Naípi .

En el día en que fue anunciada la fiesta de consagración de la bella India, cuando el cacique y el paje (sacerdote indígena) bebían “cauim” (bebida hecha de maíz fermentado) y los guerreros bailaban,

Tarobá huyó con Naípi en un barco, que fue rió abajo, arrastrados por la corriente. Ellos se enamoraron y jamas pensaron que el Dios M´boy se volveria furioso y los castigaría...

Y fue así; M’Boy se volvió furioso cuando supo de la huida y penetró en las entrañas de la tierra. Retorciendo su cuerpo, produjo una enorme fenda que formó una catarata gigantesca.

Envueltos por las aguas, los fugitivos fueron tragados por la inmensa catarata.
Naípi fue transformada en roca luego abajó de la catarata fustigaba por las aguas revueltas. Tarobá fue convertido en una palmera, situada al margen del abismo. Debajo de esa palmera hay una gruta de donde el monstruo vengativo vigíla eternamente a sus víctimas.